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  • Writer's pictureCarmen Garxia

Gobernar, según las y los zapatistas

Memorias y reflexiones durante la estancia en territorios zapatistas con la Escuelita Zapatista

Hace más de cinco años fui parte de la segunda generación de la Escuelita Zapatista, donde recolecté algunas imágenes en la Comunidad San José y grabé extractos del audio de recibimiento en el Caracol II Oventik. Este video es una pequeña muestra de los ideales y la cotidianidad que se vislumbran entre la mística de la niebla y los pasamontañas.


Esta visita fue una de mis primeras experiencias en estos territorios para mirar de cerca las luchas, la cotidianidad y la organización comunitaria. Uno de los recuerdos que con mayor cariño atesoro porque no sólo me ha permitido mirar mejor sino a continuar explorando los caminos del periodismo.


Y para re-vivir mejor aquellos tiempos, comparto aquí un texto que hice en aquel momento con reflexiones de lo que estaba mirando, observando y sintiendo.


***

Voy de regreso a la casa, después de una mañana en los cafetales. En el sendero, camina a paso lento una mujer que carga, con la ayuda de un mecate que hace resistencia en su frente, una pila grande de leña que al verle avanzar de espaldas le esconde casi la mitad del cuerpo, desde la nuca hasta los muslos.

Una niña la acompaña pero, en lugar de madera, ella carga sobre la espalda a un bebé que podría ser su hermanito y quien asoma la mirada entre el rebozo que lo mantiene bien alzado aún por la corta estatura de ella. La mujer y la niña parecen caminar de regreso a casa, entre tanto verdor, árboles enormes y las montañas cubiertas tanto por la neblina y los rayos del sol.


Siento que el día debería estar por terminar, pero apenas está comenzando. Son alrededor de las 12 de la tarde, Rossana ya preparó el fogón, torteó, hizo el desayuno y junto con su hermano Juan –quien me hospeda en su casa– fuimos a los cafetales para pizcar café. Ahora es tiempo de la comida: frijolitos con arroz, tortillas recién hechas para la comida y uno tu café. Reponemos energías para seguir con el trabajo.


Las mujeres trabajan antes de que el gallo cante para preparar la comida que los hombres se llevarán a la labor. Rossana y yo estamos despiertas desde las cuatro de la mañana, aunque fue ella quien hizo todo el trabajo. Podríamos decir que ella ya cumplió con una jornada de trabajo completa, aunque aún queda mucho por hacer.


Rossana es una joven de 34 años que vive con sus padres. Su trabajo está principalmente en el hogar aunque también ayuda en el campo a sus hermanos varones que se instalaron cerca de sus padres. Así es como se vive en los pueblos. Dentro los terrenos en los que viven, los padres dan espacio para las familias de sus hijos varones, mientras que las mujeres se mudan al espacio que sus suegros otorgan a sus esposos. 


En estas tierras se cosecha lo que más se consume: el maíz, el chayote, el jitomate, el café y las hierbas medicinales. El café es la única entrada de dinero que se obtiene por su venta y que se maneja a través de una cooperativa. Qué rico me sabe todo y aún más estas tortillas. Una tras otra, panza llena y corazón contento. Ahora sí, último traguito de café y listas para lo que sigue.


Por la tarde nos hará falta recolectar más leña si es necesario, preparar el nixtamal para el día siguiente, hacer la cena y por supuesto, cuidar a todos y cada uno de los niños que andan vuelta y vuelta, descalzos y despeinados de tanto correr.


Y la noche cae lenta, reconfortando cada parte del cuerpo y la mente con un cafécito fresco de olla.


La vida es distinta aquí en los Altos. Pareciera que es una vida sencilla y humilde pues las casas son de madera, pequeñas y con dos cuartos: uno para descansar y otro para dormir. Entre las vigas de madera se escurre la luz del sol y si pones el ojo cerca hasta puedes ver a los paseantes que van en el camino fuera de la casa.

La letrina está a unos metros del cuarto, el estrecho espacio de regadera se esconde detrás de un plástico azul y por fuera del cuarto de dormir. El piso de toda la casa es la misma tierra que hace crecer al oro en grano: el maíz y que se guarda en cualquier esquina que se deje. Con el agua de grifo y la luz eléctrica en casa, Rossana y la familia de Juan son algunos de los privilegiados dentro de las comunidades.


Dicen que la escuela que está a unos dos kilómetros sirve a oficiales y a niñas y niños. La escuela está a una hora y media en carro desde la comunidad, por lo que las niñas y los niños se les ve más en sus casas, ayudando a sus padres y a sus hermanos en las tareas diarias. Por lo que ir a la escuela no es una rutina que las niñas y niños viven.


El rol del hombre y la mujer está bien marcado. Desde lejos se mira cuando sólo son las mujeres quienes continúan vistiendo los trajes típicos de la región y con esos zapatitos de plástico que se convierten en botines de lodo que se pega en el paso paso las indígenas. La mujer se queda en la casa, prepara la comida, limpia el hogar y está al pendiente de tener todo en orden para cuando el hombre se va o regresa de la labor.

Pero cuando hay necesidad, la mujer carga también la leña y lleva el machete para cortar la maleza. Y aunque los espacios dan mucha cabida para el trabajo, también en la política se motiva la participación de ellas en una cuota equitativa. Sin embargo, las tradiciones son difíciles de romper y las mujeres llegan a ver estas posiciones más como una carga que como una oportunidad.


La diferencia existe, pero al menos las discusiones sobre el rol de la mujer están sobre la mesa. "Yo me siento mejor así, sin un esposo", me dijo Rossana cuando le pregunté si era casada. "¿Y qué te dijo tu papá?", le pregunté. "Nada", me contestó, "me dijo que como yo quisiera". La comunidad de San José donde vive, dice, las mujeres no están obligadas a contraer matrimonio aunque se percibe que los valores de la familia tradicional están vigentes.


Al escuchar a Rossana y ver su rutina diaria me hace pensar en cómo las mujeres son las que mas tienen que resistir los cambios, que aunque en ocasiones les favorezcan, representan un desgaste físico y emocional por todos los estigmas y estereotipos que por más de 500 años siguen cargando.



Viven resistiendo. La resistencia, dicen, es negarse a la idea del dinero como cultura, tal como sucede en las ciudades y los pueblos donde procede el mal gobierno. Porque la comodidad viene cuando se recibe en las manos y no cuando se trabaja con autosuficiencia, sin depender de nadie más para tener el sustento de una o uno mismo.


Ahí el pueblo manda. El gobierno se ejerce en 3 instancias: municipal, consejeros y juntas de buen gobierno, en las que se postulan las personas con autoridad en la comunidad y al ser elegidos van escalando los niveles de gobierno de acuerdo a las preferencias de la gente.

"¿En base a qué eligen a un candidato?" Preguntó un alumno a su guardián. Más allá de elegirlo por su simpatía y cercanía con la gente, respondió, lo elegimos por su honestidad, porque vale más que sea una persona correcta a que sólo sepa llevarse con la gente.

Y así es como los zapatistas han continuado en resistencia, en contra de la norma, el sistema y la comodidad. Resistiendo juntas y juntos el peso en la espalda, trabajar y caminar. Todos al mismo tiempo. La resistencia por la libertad. Por la libertad de ser y hacer como mejor les parezca, de soñar en conjunto y, como dice Galeano, salir enmascarados de las montañas para desenmascarar el poder que les humilla.

La resistencia es soportar el peso que se carga en la espalda. Resistir para ellas y ellos es gobernar. Pero en el día a día, me hizo pensar que la resistencia para estos pueblos se apalanca en los dorsos de las y los zapatistas y los pies siguen caminando, sin importar cómo quemara en los chamorros. Echando para adelante con trabajo y cabeza fuerte, buscando congruencia entre las palabras y las ideas.


No importa si esto toma tiempo, lo que importa es que cada una y uno lo haga a su manera y de acuerdo a su geografía.


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